viernes, abril 26, 2019





Mi perrito. Cuanto te quise, Jack. 

domingo, julio 22, 2018

La presión

Se me subió. Fue entre el lunes 20 y el martes 21 de agosto, después de darme un baño con agua helada. Empezó con una sensación de "cuerpo cortado", luego mareo. Ligero al principio, después casi me caigo. El mareo se convirtió en dolor de cabeza. Fue creciendo en la nuca, al final era dolorosamente punzante. No pude dormir en toda la noche: sudé y sudé, el dolor de cabeza no desapareció. Dormité, tuve pesadillas. En una de ellas, lograba conciliar el sueño concentrándome en la respiración cavernosa de Jack, pero un gran bicho vestido de sombrero y frac lo aprovechaba para detenerse sobre mi cabeza y aguijonearme. El dolor que la punzada provocó me despertó. La última vez que revisé el reloj eran las 4:18. Creo que nunca había sentido un "dolor de huesos". Ya me quedó claro por qué le dicen así. Es la primera vez en la vida que me ocurre. El umbral de mis 40 me recibe con intensidad. Tardé algo así como tres días en recuperarme. Todavía no lo logro.

sábado, julio 21, 2018

diario de sueños

La primera vez que apunté que quería escribir un diario de sueños fue el 20 de julio del 2005.

lunes, abril 14, 2014

Meredith Monk: perturbación y desconcierto




Llevo semanas escuchándola. Lo que hace me perturba y desconcierta. No sé cómo ni por qué, pero me siento interpelado por su trabajo. Our lady of late, por ejemplo, es un álbum que puedo escuchar de manera ininterrumpida durante días y que me impresiona todas y cada una de las reproducciones.


domingo, febrero 24, 2013

Estás pendejo si crees que voy a permitir que estudies eso


Estás pendejo si crees que voy a permitir que estudies eso, dijo. Lo conocí cuando yo tenía alrededor de cinco años de edad (creo), pero casi alcanzaba los 18 cuando me expresó eso.

Nos veíamos un día a la semana, usualmente los domingos. Al principio, nuestra actividad principal era ir a los partidos de las Chivas. Él pasaba por mí a casa muy temprano, íbamos juntos a sus visitas médicas y de ahí al estadio Jalisco. En aquel entonces él era internista en el IMSS, pero atendía algunos pacientes en hospitales particulares. Los enfermos solicitaban atención en el Instituto, pero por su poca capacidad resolutiva optaban mejor por internarse en una clínica particular --casi siempre de mediana calidad. Él se ofrecía a darles seguimiento en el lugar que estuvieran a cambio de un pago, muchos pacientes aceptaban. Así que todos los domingos en la mañana (y otros días) iba a visitarlos para conocer su evolución.

Mientras él entraba a sus consultas yo lo esperaba donde se podía: cuando el hospital tenía cafetería, me daba unos pesos para comprarme una bebida azucarada, me sentaba en la mesa más aislada que encontraba a leer el periódico que él me entregaba, o bien, a ver la televisión del lugar sorbiendo mi trago; a veces me quedaba en una sala de espera repleta de dolientes y familiares donde repetía esta actividad entre quejidos y olores extraños, pero sin bebida; sin embargo, la mayoría de las ocasiones lo esperaba en su auto: bajaba los cristales de las ventanas, acomodaba el asiento del copiloto con una inclinación de reposo más o menos acompasado, sintonizaba Canal 58 (impaciente por escuchar la transmisión previa del partido que iniciaba desde las nueve de la mañana) y ojeaba su diario. Cuando me entumía, subía el volumen, me bajaba del auto y me sentaba en banqueta a esperar. Recuerdo hospitales en zonas de la ciudad tan disímbolas como la popular colonia donde estaba el templo de la Luz del Mundo (“brodis” les decía) o de la zona más fresa de Plaza Patria en Zapopan, pasando por varios estratos intermedios.

Del hospital nos íbamos al estadio. Ahí, él me compraba una bolsa de papas fritas caseras de tamaño extra grande, una Coca Cola familiar que me servían en un vaso más voluminoso que lo que mis manos podían manipular con agilidad y me entregaba un mini walkman, de tal manera que pudiera escuchar por radio la transmisión del partido mientras lo veía. Al finalizar el juego me lo retiraba y guardaba en la guantera de su auto hasta el siguiente partido.

Había ocasiones en que no lograba concluir sus visitas hospitalarias antes del partido, así que teníamos que continuar el recorrido después del juego. Ese horario era complicado por el calor que suele hacer en Guadalajara en las tardes, incluso a la sombra. Lo esperaba en el auto con alguna desesperación, recuerdo ocasiones en que tardó horas en regresar. Un par de veces, su esposa de ese entonces tuvo que ir por mí para llevarme a casa de mi madre porque él tardaría aún más en desocuparse. Me imagino que debió ser complicado tener que atender a un enfermo en crisis mientras un niño te espera solo en el auto.

Los domingos que no había partido de las Chivas (un fin de semana les tocaba ser locales y el siguiente visitante), íbamos al café Azteca. En lugar de ver fútbol, jugábamos ajedrez. Concentrados. En silencio, por supuesto. El protocolo era pedir café, disputar una partida inicial, ordenar el desayuno al concluirla y leer el periódico mientras ingeríamos nuestros alimentos. Esta última parte era complicada porque intercalábamos secciones y a él no le gustaba que leyera ninguna antes porque --decía- las desordenaba. O algo así. No recuerdo cómo lo solucionábamos, pero sí la objeción. Al terminar los alimentos, pedíamos una ronda adicional de café y echábamos otras dos partidas. La duración de esta dinámica era increíblemente parecida a la del domingo de fútbol.

En aquel entonces, estas rutinas me parecían de lo más disfrutable. Creo. Casi podría decir que aprendí a ser un lector funcional en esas salas de espera y en el asiento de copiloto. Pasé de interesarme sólo en la sección de monitos a centrar mi atención en las columnas de opinión. Por esos tiempos, Guadalajara tuvo su primer diario moderno: Siglo 21. La sección de monitos era La Mamá del Abulón y estaba lidereada por los heterodoxos Jis y Trino, mientras que la sección de opinión tenía a autores impensables para el rancho que era esa ciudad en aquel entonces: Paz, Savater o Monsiváis, entre otros. Durante años conservé montones de ejemplares de La Mamá del Abulón que guardaba apilados en mi closet (para mi enojo y desesperación, más de una ocasión Juana, la trabajadora doméstica, los utilizó para limpiar ventanas). Tal vez exagere si digo que una parte de mi educación sentimental se la debo a las tiras del Santos y la Tetona Mendoza o a las caricaturas experimentales de Jis, pero me da un orgullo raro pensar que así fue. También recorté centenas de columnas de opinión que subrayaba con plumas de colores y ordenaba temáticamente en folders para después releerlas e intentar descifrarlas mejor. Con el tiempo, agregué suplementos literarios como La Jornada Semanal, Sábado o Babelia. Recuerdo con particular exaltación un poema sobre las masacres de exterminio en la guerra de Croacia/Serbia/Bosnia-Herzegovina que tradujo José Emilio Pacheco y que mi mamá encontró sobre mi escritorio. Se ofendió muchísimo por lo que decía y me exigió que dejara de leer esas cosas. No lo hice, por supuesto. Cuando me mudé de Guadalajara a la ciudad de México, mis colecciones se fueron a la basura. Yo mismo las tiré.

En la radio aprendí a sopesar el trabajo de periodistas deportivos que con el tiempo tuvieron exposición nacional: Emilio Fernando Alonso o David Medrano Félix, por ejemplo, pero también recuerdo con entusiasmo las crónicas vertiginosas de Adán Vega Barajas, los comentarios en tono erudito de Octavio Hernández Romero o las estadísticas de Ernesto López Mota. Al día de hoy, sigo buscando las columnas de David Medrano en Récord o prefiero las transmisiones por televisión en las que aparece (las de TV Azteca, ni modos). Sigo escuchando los programas de radio de Guadalajara, por cierto. Los dos podcast que frecuento de manera regular son Déjalo Sangrar del Che Bañuelos y La Chora Interminable con Jis y Trino, ambos se transmiten por Radio Universidad de Guadalajara y los bajo por internet.

Con la rutina futbolera de aquellos días me hice adicto a las papas fritas con limón, sal y mucha salsa Valentina, así como a beber Coca Cola. Ver el fútbol acompañado de cerveza y botana es uno de mis placeres solitarios más disfrutables. Por cierto, aún sigo --con desesperación e incredulidad- los partidos de las Chivas por televisión. Fui uno de los pocos zonzos que contrataron su servicio de streming cuando dejaron de transmitirlos por televisión abierta.

El café y las cafeterías se volvieron una rutina básica en mi vida. Es impreciso decir que soy adicto al café, pero lo bebo como si lo fuera. Prefiero el negro, largo y sin adimentos. La extracción con máquina a presión (¿así se dice?) es mi predilecta. Desprecio un poco --sólo un poco- las extracciones con chemex, dipper, sifón o similares. Una de mis alegrías recientes fue encontrar una minicafetera a presión de precio accesible que puedo usar en casa: adiós a las Bialetti y a las cápsulas, hola a los expresos largos decentes. He pasado muchísimas horas leyendo solo en cafés, leyendo acompañado en cafés, estando en cafés. Son uno de los espacios públicos en los que me siento “cómodo” cuando son a la usanza de “los viejitos”. En Guadalajara me hice parroquiano del D’val, después de pasar muchas horas en el Madoka, Madrid y la vieja Estación de Lulio; en el DF me ha costado trabajo encontrar alguno equivalente que esté razonablemente cerca de casa, pero he encontrado algún consuelo en el Jekemir, La Selva o la cafetería de la tradicional librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo. Cuando llegué a la Ciudad en 2006, mi refugio era La Blanca que, desde entonces, ya estaba venida a menos. Prefiero las cafeterías sin glamour, cualquiera donde sea menos probable que encuentre personas que soliciten un cortado con leche light deslactosada de almendras y shot de vainilla.

En fin. Todo muy pintoresco y simpático si elijo recordarlo de esta manera o detengo el relato por aquí. Pero, la verdad, es que con el tiempo terminé enojándome con él y desilusionándome con el tipo de interacción que teníamos. Al punto que en el 2000 interrumpí el contacto por decisión propia.

Primero, con poca distancia, pensaba en él con desesperación y alguna exaltación. Ahora, con más tiempo de por medio, lo recuerdo con lástima y lo interpreto más o menos así: en aquel entonces, yo era un niño que no se daba cuenta cabal de qué pasaba y él un adulto que sólo por eso podía definir el marco de nuestra relación. Yo aceptaba el trato que me daba como “lo” que era. No tenía capacidad ni herramientas para entender otra cosa, mucho menos para proponer algo distinto. Al paso de los años, y ya con alguna capacidad para elaborar esas experiencias, veo en él a una persona con deficiencias afectivas, con dificultades para intimar, con miedo a tratar con un niño y después con un adolescente. Nuestra rutina de los domingos también podría leerla como el despliegue de un no-tan-elaborado dispositivo para evitar establecer una relación de intimidad conmigo. En particular, para disminuir al mínimo la posibilidad de hablar entre nosotros. El esfuerzo que él hacía cuando estábamos juntos, ahora me parece que era una estrategia para evitar que hablara(mos): me ponía a leer, comer o beber y, para disminuir las chances de cualquier conversación, además me ponía a ver el fútbol o a jugar ajedrez. Raro. ¿Raro? Puedo entender que él tuviera sus propias dificultades de vida, sus propias carencias afectivas. Todos las tenemos. Creo. No sé bien cuáles hayan podido ser las suyas, pero me queda claro que las pagábamos parcialmente quienes no las debíamos. Quienes no las podíamos.

Una de las primeras ocasiones que intuí que algo podía no andar tan bien fue uno de esos domingos en que íbamos al estadio. Para entonces, yo tendría alrededor de 17 años y, mientras esperábamos a que el semáforo cambiara a verde, en el cruce de la Calzada Independencia y Monte Athos, me preguntó qué quería estudiar. Me tomó por sorpresa. Me puso nervioso. ¿Por qué me preguntaba cosas así de personales?, ¿cuál era la respuesta correcta?, pensé, ¿qué es lo que querrá que le diga? Mi respuesta fue completamente honesta: le dije que estaba indeciso entre filosofía y psicología. Le explique que creía que me gustaría ser psicoanalista, por lo que tal vez lo mejor sería primero estudiar psicología y después especializarme en ese ámbito. No tuve oportunidad de manifestarle por qué mi otra opción era filosofía, pues su respuesta fue --palabras más, palabras menos- un “estás pendejo si crees que voy a permitir que estudies eso”. Él quería que fuera economista. La verdad es una opción que ni siquiera había sopesado, pero la manera en que reaccionó a mis incipientes preferencias provocó que la rechazara sin siquiera pensarlo. De acuerdo con él, esa era la única disciplina en la que podría encontrar trabajo y mantenerme por mí mismo.

En ese momento no supe cómo reaccionar y él insistió poco mientras íbamos en el auto, pero el tema ya estaba sobre la mesa y regresó a él durante varios fines de semana. De diferentes maneras y en distintos momentos me desalentó para estudiar las carreras que yo prefería e intentó exaltar la economía. El resultado del “estira-y-afloja” fue que opté por una solución intermedia que no era lo que ninguno de los quería: sociología. Por decirlo así, ninguno obtuvo lo que quería, pero tampoco lo que no quería. ¿Raro? Raro.

Con el tiempo me he ido dando cuenta que esa conversación de varias semanas con él influyó en mí de una manera que no vislumbraba. Una parte del tipo de sociología en la que me he terminado especializado es parecida a la economía: trabajo con encuestas y uso la econometría de manera más o menos profusa, algunos de los supuestos en los que se basa mi aproximación analítica se acercan a la teoría de la acción racional, el paradigma epistemológico general en el que se inscriben mis investigaciones es más cercano al pospositivismo que al posmodernismo. Mi tesis de doctorado, por ejemplo, es sobre las consecuencias de la pertenencia de clase en la precariedad laboral de las personas en México entre 1992 y 2016. La aproximación conceptual es la teoría de la estratificación en su vertiente weberiana que enfatiza el individualismo metodológico. Para elaborarla, utilicé todas las encuestas de ingreso y gasto de los hogares disponibles entre esas fechas y estimé modelos de regresión multinivel tanto por mínimos cuadrados como logísticos. Esto quiere decir algo así como que mi manera de hacer sociología es parecida a la economía. Es como si la demanda que él me hizo hace más de veinte años se hubiera filtrado de manera silenciosa en mi manera de ver la sociología y, poco a poco, sin darme cuenta, hubiera ido tomando decisiones que --sin dejar la sociología- se acercaban a su deseo. En el largo plazo ajusté mi forma de hacer sociología a su demanda.

Otra cosa simpática que me sorprendió hace poco es que terminé trabajando en la UAM-X. Cuando él me intentaba convencer de estudiar economía, una de sus estrategias fue proponerme emigrar de Guadalajara a la ciudad de México para asistir a esta universidad. En aquel entonces yo participaba de manera activa en el movimiento filozapatista, así que con frecuencia viajaba al DF y a Chiapas para apoyar al EZLN en actividades políticas. Algunos de mis amigos de ese tiempo eran alumnos de la UAM-X y él pensó que este podía ser un anzuelo. Me contó la historia de la UAM, cómo su plan de estudios era diferente a otras universidades, su orientación social y me ofreció apoyarme económicamente para que pudiera vivir en la ciudad de México. No acepté, por supuesto. Sin embargo, casi veinte años después, se me presentó la oportunidad de una plaza como profesor asociado de medio tiempo ahí y la tomé. Uno de mis temores era no encontrar trabajo como académico al terminar el doctorado, pues tengo varias desventajas frente a otras personas: lo voy a concluir “grande” (tengo compañeros que tendrán el grado siendo diez años menores que yo) y no tengo un “perfil SNI” (muchas publicaciones científicas, experiencia docente, formación de recursos humanos), así que esta parecía una buena oportunidad. La persona que coordinaba la maestría en políticas públicas preguntó a sus conocidos sobre una persona con mi perfil y uno de nuestros amigos en común nos puso en contacto. Me puso sobre aviso de la convocatoria, me inscribí, concursé y gané. El pago era propio de un contexto precario, pero podía comenzar a acumular una valiosa experiencia como docente. Un buen día, mientras esperaba a que mis alumnos terminaran un control de lectura, me “cayó el veinte” de que, de alguna manera, estaba cumpliendo el deseo de él: estaba en la UAM-X.

Lo ridículo de esto es que hace 19 años que no lo veo. Dejé de tener contacto con él desde el 2000. Sin embargo, sus demandas han estado presentes en mí ya sin él. Ahora estoy a unas semanas de doctorarme como sociólogo. Bien visto (o algo), mi grado como doctor puede entenderse como la culminación de un ciclo de dos décadas. Un periodo que inició con ese “estás pendejo si crees que voy a permitir que estudies eso” y que concluye con la defensa pública de una tesis de sociología cuantitativa, ya sin él. Con la obtención del grado cumplo con su deseo, satisfago su demanda. Ahora puedo, por fin, estudiar lo que a mí me interesa: psicoanálisis. ¿Puedo?

jueves, enero 24, 2013

miércoles, enero 23, 2013

Sinopsis

Mi vida como un perro


Ingemar en Mi vida como un perro

Mi vida como un perro (Suecia, 1985) es una película amablemente melancólica. Lasse Hallström (Estocolmo, 1946) --el director- relata la historia de Ingemar, un niño en el umbral de la adolescencia, quien enfrenta el proceso de pérdida de su madre. El relato está ambientado en una ciudad sueca durante la década de 1950 y da cuenta, desde el punto de vista enfáticamente subjetivo de Ingemar, de cómo vive la enfermedad de su mamá, la separación de ella, su hermano y perro debida a que lo envían temporalmente a ser cuidado por familiares que viven en un pequeño pueblo alejado y, finalmente, su fallecimiento (de su mamá). En el transcurso de un año vemos cómo Ingemar percibe estos acontecimientos, así como una serie de eventos propios tanto del duelo como de la transición a la adolescencia. El resultado es una lograda y conmovedora película de iniciación.



La cruz del sur


Patricio Guzmán en la filmación de La cruz del sur

La cruz del sur (Chile, 1991) es el documental –enriquecido con elementos de ficción- con el que chileno Patricio Guzmán (Santiago, 1941) reflexiona sobre la visión del mundo contemporánea de algunos pueblos originarios de América Latina, a propósito de los 500 años de la llegada de los europeos al continente. El documental inicia con una representación simpática (y un tanto imprecisa) de códices indígenas y crónicas de los evangelizadores en los que intenta recrear elementos del encuentro de los nativos con los españoles. Esta puesta en escena inicial es el punto de referencia para, con una elipsis de casi 500 años, dar cuenta de la religiosidad y algunos elementos de las condiciones de vida actual de tres grandes pueblos de América Latina (mayas, quechuas y afrodescendientes), así como de un movimiento católico de dimensiones regionales que se encontraba vigente aún en la década de 1990: la teología de la liberación. Apoyándose en flashbacks falsos a representaciones de las crónicas, así como en entrevistas a personajes prototípicos de cada región (militares, sacerdotes populares y teólogos), Guzmán recorre de norte a sur la zona mesoamericana (México y Guatemala), el Perú y Brasil para describir elementos del sincretismo resultante del choque entre cosmovisiones que inició en 1492. El resultado es un documento pintoresco que, sin embargo, no logra atisbar los eventos políticos con los que los pueblos indígenas "celebraron" unos años después el "encuentro de dos mundos".


Do the right thing

 Giancarlo Esposito como Smiley en Do the right thing

Spike Lee (Georgia, 1957) produjo, escribió, dirigió, actuó y compuso parte del soundtrack de la película, así que –con toda justicia- puede decirse que Do the right thing (Estados Unidos, 1989) es su puesta en escena. En ella relata, con minuciosidad de entomólogo cinematográfico, lo que sucede en una calle de Brooklyn durante doce horas de un sábado que es descrito como el día más calurosos de 1989.

En principio, podría decirse que la narración de Do the right thing es fragmentada. A través de viñetas de personajes, Lee presenta a muchas de las personas que viven en una calle de Brooklyn. Sin embargo, gracias al vertiginoso ritmo de montaje, lo que al inicio es un mosaico de personajes termina sintiéndose más bien como un ágil y poderoso flujo. Después, este cauce tiene un par de remansos a lo largo de las casi dos horas que dura la película en los que confluyen los caminos –o personajes, en este caso- que Lee ha ido delineando. Estos remansos en los que convergen todos los personajes describen elementos clave de su interacción conjunta que permiten entender mejor qué es lo que pasa en la calle entre afrodescendientes, latinos, italoaméricanos, estadounidenses sajones y hasta coreanos.

La película comienza con una introducción en la que se escucha completa Fight the power de Public Enemy mientras Tina –uno de los personajes secundarios que se presentarán adelante- la baila furiosamente. Esta canción da las claves para entender la historia porque su letra sintetiza buena parte de lo que Lee representará. Un fragmento de la letra dice “Elvis was a hero to most / But he never meant shit to me you see / Straight up racist that sucker was / Simple and plain / Mother fuck him and John Wayne / 'Cause I'm Black and I'm proud / I'm ready and hyped plus I'm amped / Most of my heroes don't appear on no stamps”.

Después, a través de viñetas, Lee va presentando personaje por personaje. Esta manera de mostrarlos es relevante porque parecería que cada uno de ellos representa algo más que su propia individualidad. Además es pintoresca, provoca que sea fácil identificarse con todos y cada uno, así como entender su posición en la calle. Inicia con Mister Señor Love Daddy, quien es un locutor de radio, y The Major, quien es un viejo borrachín. Ambos fungen en la película como una suerte de comentarista que –de diferentes maneras- van glosando lo que sucede. The Major tiene una escena clave en la que le dice a Mookie “dotor, always do the right thing”. Es decir, su personaje cumpliría una función parecida a la de ciertos ciegos en las tragedias griegas: encuadrar lo que está pasando y señalar el inevitable destino al que se dirige la historia. Mother Sister es otro personaje con una función similar que se introducirá más adelante.

Enseguida, Lee presenta a Smiley, quien es otro de los personajes importantes, a pesar de aparecer poco. En su primera intervención, Lee lo muestra vendiendo fotos de Martin Luther King y Malcom X. Apoyándose en un contrapicado, Lee aprovecha la presentación de este personaje para establecer lo que será una suerte de tensión discursiva subyacente a lo largo de la película: la visión estrictamente pacifista de Luther King contra la más crítica de Malcom X. Quien haya visto otras películas suyas, sabrá que el punto de vista de Lee es más deferente con el segundo que con el primero.

Después está Mookie, quien es el personaje interpretado por el propio Spike Lee y quien articula en buena medida la estructura visual de la película. Él es un afrodescendiente que es pareja de Tina, una mujer de ascendencia puertorriqueña con quien tiene un hijo, y trabaja como repartidor en la pizzería de Salvatore. Éste, con sus hijos Pino y Vito, tienen un negocio de comida italiana. En su primera escena también entendemos lo básico de cada uno de ellos: Vito se muestra enojado desde el principio y explica que percibe el barrio como una enfermedad; Salvatore le responde a su hijo que lo que le escucha es odio y en su desesperación con él remata: “I’m going to kill somebody today”.

Más adelante Lee presenta a Radio Raheem, quien es un joven también afrodescendiente que recorre las calles con su grabadora reproduciendo a Public Enemy a todo volumen. Como con Smiley, Lee se apoya en encuadres contrapicados e inclinados para mostrarlo. Su personaje también tiene algo de prototípico, de sibila del Brooklyn que lleva el mensaje de la negritud por las calles.

Finalmente, está Buggin Out. Él es un personaje más bien soso. Carece del carisma de Mookie, la gracia de Radio Raheem o la antipatía de Pino. Es impertinente, molestón, pero central para el argumento discursivo de Lee: en un espasmo de lucidez, tiene la capacidad para identificar lo problemático del orden simbólico del espacio central de la calle (la pizzería) y después la tozudez necesaria para señalarlo hasta provocar el desenlace de la película. Siguiendo el encuadre que marcó Fight the power desde el inicio, Buggin Out observa que en la “pared de la fama” de la pizzería de Salvatore no hay ninguna imagen de negros, sólo italoamericanos. ¿Por qué si están en un barrio fundamentalmente de afrodescendientes no hay ninguno?, ¿por qué no pueden tener un lugar ahí si todos los ingresos del negocio provienen de negros? Los únicos italoamericanos de la calle son Salvatore y sus hijos, pero también son los únicos que están representados en el espacio central de lo simbólico.

En lo que sigue, Lee representa de manera casi simpática la compleja diversidad de la calle: niños, jóvenes y viejos, parejas interraciales, tensiones homoeróticas y personajes con diferentes orígenes étnicos. En uno de los “remansos” –esas escenas en las que participan todos los personajes- Lee muestra en soliloquios a una persona de cada una de las nacionalidades que viven en la calle expresando los prejuicios sobre los otros (tesis); en otro los vemos a todos conviviendo en la calle de forma gozosa (antítesis) y en el último el alboroto que provoca el desenlace de la película (síntesis): ante el reclamo de Buggin Out que recluta a Radio Raheem y Smiley de incluir afrodescendientes en la “pared de la fama” las cosas se “salen de control”, crecen y terminan en el asesinato abusivo de Radio Raheem por parte de policías y la reacción que provoca el destrozo del negocio de Salvatore por parte de los negros.

Diría que en esta escena está sintetizada la idea que Lee discute en la película: Buggin Out cuestiona el orden simbólico (la “pared de la fama”) y como consecuencia es expulsado del espacio social (la pizzería), Radio Raheem que es quien lleva la voz crítica de los negros (Public Enemy en su grabadora) es primero silenciado (Salvatore destroza su grabadora) y luego asesinado por un policía blanco que se excede en sus funciones, Mookie (Spike Lee, el director) hace lo correcto e inicia el disturbio, Smiley resuelve la tensión entre Martin Luther King y Malcom X e incendia el lugar, Salvatore pierde su negocio pero lo tiene asegurado, así que recuperará su dinero. La forma en que se presenta esta escena invierte elementos de la narración visual previa, pues Lee ya no muestra a Buggin Out, Radio Raheem y Smiley con encuadres en contrapicado, sino en picado.

Hacia el final, Lee explica que la tensión no es de los negros contra las otras razas, sino de los “otros” y excluidos contra los blancos dominantes: durante el disturbio, después de destruir la pizzería, los negros están a punto de vandalizar el negocio del coreano. Sin embargo, éste se defiende y los disuade explicándoles que él también es negro, él es como ellos.

El resultado es una notable puesta en escena de Spike Lee en la que no sólo da cátedra de narración cinematográfica, sino que (re)presenta una contundente denuncia política. 


Uncut Gems

‪¿The Irishman te pareció larga? ¿Sus diálogos interminables y sus planos fatigosos? ¿Te desespera esa arrogancia de Scorsese de exigir poner atención en todo para entender de qué se trata la película, de querer hacerte pensar? Entonces, Uncut Gems (Josh y Bennie Safdie, Netflix, 2019) puede ser la película de Netflix para ti. ‬

‪Uncut Gems es la historia de Howard Ratner (Sandler), un judío de 48 años que vive en Nueva York y se dedica 🤷🏽‍♂️ a la compra-venta tanto de piedras preciosas como de joyas. Además, es adicto a las apuestas en partidos de básquetbol. ‬

‪El relato transcurre más o menos a partir del 5 de marzo de 2012 y se desarrolla de manera casi lineal entre un viernes y un lunes. Consiste en el periplo final que Ratner sigue para pagar la deuda que tiene con Arno, su yerno. Cada vez que está cerca de pagarle o abonarle una buena suma, se le cruza una nueva apuesta a la que le entra de manera impulsiva e instintiva. La intensidad del reclamo para que pague aumenta conforme avanza la narración y la ansiedad del personaje principal lo hace en consonancia. ‪El relato está centrado en Ratner, aunque más de uno es interesante, no se desarrolla la historia de ningún personaje secundario. Hay un solo personaje y una única trama. El final tiene un pequeño giro inesperado que se agradece: cuando parece que la historia es otra más en la que el personaje principal se sale con la suya, quien termina ganando es otro personaje secundario inesperado. ‬

Creo que lo interesante de la película no está en el relato (la historia es más bien convencional), sino en el ritmo de montaje que es vertiginoso: corte, corte, corte cada vez más rápidos y breves, siguiendo la manera en que va agitándose Ratner. Conforme avanza la película, y se incrementa su tensión, desaparece la cámara fija. Aumentan los breves primeros planos, los planos-contraplanos casi instantáneos. Los movimientos de la cámara al hombro que lo siguen mientras camina son cada vez más bruscos y dan giros que casi marean. Ademas, de principio a fin, muchos de los personajes gritan y hablan al mismo tiempo. Me da la impresión de que el editor de Transformers estaría orgulloso del de Uncut Gems.

‪Entonces, ¿es también como 1917 que parece un videojuego? No, más bien diría que (además de seguir la exaltación anímica y mental de Ratner) la película tiene forma de un ópalo lleno de brillos que te impiden perder la atención: hay montones de lucecitas que cambian de color de manera continúa y otros que resplandecen al mismo tiempo, de tal manera que en ningún momento puedes distraerte porque siempre hay un reflejo del espejito robando tu atención (aunque tu capacidad de concentración sea mínima).‬

La actuación de Sandler es interesante porque su personaje y el relato no son los propios de las comedias románticas con las que se le suele asociar. No es la primera vez que lo hace, en su haber tiene —ni más ni menos- una participación con el mismísimo P.T. Anderson (_Punch drunk love_, finísima).


‪Por último, un par de detalles divertidos: la película termina durando más de dos horas y —qué le hacemos- Scorsese es uno de los productores. 😂


viernes, diciembre 28, 2012

#EgotecaNecesaria


Octubre, 2022
  • ALRLS de la nada: «...diría que eres coherente, íntegro y fiel a ti mismo. Está bonito la verdad».

Enero, 2022
  • Nana diciendo que quiere ser como yo (¡ja!): «Un man tranquilo, que ya no se enreda con cosas con las que quizá yo sí. Tienes un espacio muy bonito, y un trabajo para el que estudiaste. Pero sobre todo te veo como un hombre tranquilo. También me gusta que te gusta estar solo, parchado, sin demandarle presencia a nadie».

Octubre, 2021
  • Nirvana, después de muchos meses sin platicar: "te oyes analítico, mesurado y amable como siempre". 

Mayo, 2019
  • M., maestra y ex jefa: "Ay Triano!! Te voy a contar una historia. Yo estudié piano de los 7 a los 14 años. Uno de mis maestros, ya en Monterrey, me decía -cuando le parecía que estaba dominando la pieza y la había ejecutado satisfactoriamente- lo siguiente: "para grabar, princesa, para grabar". Al leer el apartado (todo el de tu pluma) La forma de aproximarnos a la realidad importa..., no puedo sino decirte "para grabar" (en este caso quizás es más correcto decir 'para publicar')".
  • "Estás grueso, Triano. Súper excelente. No he acabado, pero lo que llevo me encanta".
  • "Triano, eres brillante!!!".
  • "Eres muy simpático Triano".

Febrero
  • Concepción se acerco al final de la última clase, me dio un apretón de manos de despedida y dijo "soy tu fan".

Enero, 2018
  • Sara: "me dio mucho gusto saludarte y ver lo versátil que estás en diferentes actividades que además se ve que te encantan y apasionan".
  • "Se nota que te encanta dar clases, y sin tratar de quedar bien contigo, la disfrutamos mucho todos, fue el comentario general, ojalá y te hubieran asignado un poco más de tiempo".

Alumnos
  • De los mejores profesores que he tenido en la carrera, me devolvió el entusiasmo y el amor a la licenciatura. Espero tenerlo en otro trimestre.
  • Es muy buen profesor. Motiva  a la participación y reflexión de lo que vemos teóricamente con ejemplos actuales. Es una clase excelente.
  • PROFESOR, UD. HA SIDO UNO DE LOS MEJORES PROFESORES QUE PUDE TENER A LO LARGO DE MI TRAYECTORÍA. GRACIAS POR SU EMPEÑO Y DEDICACIÓN QUE MOSTRÓ EN CADA CLASE.
  • Un excelente profesor que domina por completo el modulo evaluado en esta ocasión y, sobre todo está actualizado con el contexto que impera en nuestro marco de la AP.
  • Excelente profesor! Explica los temas perfectamente, es muy objetivo para evaluar, sabe sobre muchos temas lo que ayuda a ampliar los conocimientos, es muy amable y sus clases muy dinamicas.
  • Excelente profesor, deberían considerar la posibilidad de darle una plaza. Tiene amplio conocimiento de temas relevantes para la carrera, además de su amplia experiencia en campo lo que hace las clases más prácticas.
  • Tiene un exelente desempeño y dominio de temas, se muestra entusiasta de compartir sus conocimientos yveso anima demasido. Es comprensivo y realmente inteligente. Es una gran experiencia poder adistir a sus clases.
  • Para ser su primer grupo que da dentro de la universidad, es buen profesor y sabe mucho sobre los temas, además de que ayuda a responder algunas dudas que surgen. Lo único es que debe de ser más cuidadoso a la hora de aplicar los exámenes ya que muchos estudiantes copian y por eso obtienen una calificación mas alta.

sábado, noviembre 24, 2012

jueves, octubre 11, 2012

Minucias sobre la elección del nuevo o nueva vice presidenta para la junta de gobierno de INEGI

Tres minucias domingueras sobre la elección de un o una nueva vice presidenta para la junta de gobierno de INEGI que se me han ocurrido por estos días mientras leo aquí-y-allá sobre el tema.

Me quedo, en primer lugar, con la sensación de que deberíamos lamentarnos o estar enojados o algo así por tener que discutir una propuesta en la que hay que estar "rascándole" al CV para encontrar si cumple o no con los requisitos de ley. Y no me refiero a la parte seria y grave del efecto que un proceso "raro" como este puede tener sobre las instituciones autónomas (sobre eso va uno de los artículos que Cárdenas publicó en El Universal), sino a algo más simple: en México tenemos notables sociodemógrafas, expertas en estadística, con montones de publicaciones especializadas y experiencia probada en puestos de nivel alto en la administración pública federal o en organismos internacionales que podrían desempeñar la posición de manera sobrada. ¡Que desperdicio no aprovechar su "expertise"! A vuela pluma uno puede rápido identificar con ese perfil al menos a Paz López, Rosa María Ruvalcaba o Marcela Eternod. Y tal vez que me quedo corto aventurando sólo estos nombres. 

Además, en este contexto y a estas alturas, creo que uno bien podría estar preguntándose ya no sólo si la candidata propuesta por el presidente tiene perfil para ser parte de la junta de gobierno de INEGI, sino si tiene el conocimiento y sobre todo la experiencia que, tal vez supongo con ingenuidad, uno asume que ameritaría una dirección general de evaluación y monitoreo de los programas sociales de una secretaria tan relevante como Sedesol. El detalle con el que se ha escrutado su cv por estos días ha mostrado que la servidora pública en cuestión parece no tener experiencia en materia de evaluación. No estoy seguro, pero no me imagino un perfil de puesto para una dirección general en el que se establezcan menos de cinco años de experiencia específica. No digo que la persona en cuestión no sea muy capaz y aún brillante, es sólo que parece que todavía no ha tenido oportunidad suficiente para demostrarlo (la experiencia, ni modos, se obtiene en buena medida en función de la edad).

Y, por último, una franca trivialidad: las redes sociales son nutridas en "comisarios del pueblo", estas figuras virtuales (o socio digitales como dice Delabre) que regañan a diestra y siniestra con base en cierto rasero moral que podría amablemente describirse como de "corrección política". ¿Han notado que muchos de ellos no han dicho nada sobre el tema? Opinan rápido y bien nutrido lo mismo sobre el "guapa" y la desigualdad de género que sobre el proceso de selección del fiscal anticorrupción o el clima, pero poco o nada sobre este tema de repercusiones políticas e institucionales. Mi impresión es que, o bien, por una parte, esto podría estar relacionado con que algunos de ellos comparten la pertenencia a un grupo informal articulado en buena medida a partir de haber estudiado en la misma escuela privada y, expresa o inadvertidamente, cierran filas con su compañera, portándose en los hechos tal cual como un grupo de presión (algo similar me imagino que podría estar sucediendo con algunos que no estudiaron en esa escuela, pero aspiran a formar parte de ese grupo). O bien, por otro lado, tienen intereses directos porque son contratados por ella o por otros miembros de ese grupo o podrían serlo o aspiran a serlo (aigoei, yo podría estar en esta situación) (o bueno, a partir de este párrafo ya no).

Y bueno, como esto que escribí son ocurrencias, aquí pongo vínculos a algunos de los comentarios serios que se ha publicado al respecto. En ellos se han resaltado elementos importantes para sopesar el caso, desde los que uno supondría básicos como que hay que cumplir con lo establecido por la ley hasta el señalamiento de un posible conflicto de intereses (tanto porque la candidata de presidencia forma parte del equipo que desde el gobierno ha intentado modificar las cifras de pobreza con base en procedimientos metodológicos como porque su cónyuge --que ha trabajado de cerca con Videgaray- recientemente dejó el servicio público para echar andar una empresa especializada en "ciencia de datos"), pasando por enfatizar la importancia de tener estadísticas confiables y resaltar la importancia de no minar (más) la credibilidad de las instituciones más sólidas que se han construido en las últimas décadas, entre otros.



miércoles, septiembre 19, 2012

jueves, agosto 02, 2012

Roche: Zonas húmedas



Leí “Zonas húmedas” porque tengo hemorroides. Nunca había compartido esto con nadie. Es más, nunca lo había escrito: h.e.m.o.r.r.o.i.d.e.s. No es algo que me avergüence, creo. Más bien me desconcierta. No sé qué hacer, a quién compartírselo ni cómo decirlo. Ni siquiera me animo a googlearlo para saber bien a bien de qué se tratan. Mucho menos contorsionarme frente al espejo para verlas. Ahora que escribo esto me doy cuenta de que en realidad no sé por qué sé que tengo hemorroides. ¿Son hemorroides? Sí, ya sé, tampoco entiendo del todo esta confusión que me provocan. 

Cuando Guadalupe me pidió leer en voz alta las primeras páginas de “Zonas húmedas” no tenía idea de qué se trataba, así que inicié con el tipo de voz deliberadamente grave e impostada con la que a veces me gusta alardear. Apenas me fui dando cuenta cuál era el tema, perdí la concentración. Me sentí sorprendido: exhibido. ¿Por qué me pidió a mí que leyera esto? Lo que se me ocurrió fue carraspear para ganar unos segundos, dar un vistazo lo más breve y discreto posible a los demás e intentar adivinar si me estaban viendo con, no sé, morbo. O algo. Preguntándose si yo también tenía hemorroides, inspeccionando si se me notaba en la manera de titubear o en mi expresión. Encontré la mirada atenta de Siri, Natalia y Hanif, pero no sé qué vi. No pensé nada. No decidí nada, bajé rápido la vista y seguí leyendo. Creo que hice el esfuerzo menos descontrolado que pude para terminar de leer con algún decoro.

El caso es que, conforme avanzaba en la lectura en voz alta, me iba exaltando. Comencé a pensar que tenía que conseguir ese libro cuanto antes para resolver todas mis dudas. Para saber exactamente de qué se trataban las hemorroides y que Charlotte Roche me explicara qué tenía que hacer para curarlas: cómo se llama el tipo de médico con el que debía hacer cita, qué cosas no tendría que comer, cuál es la forma adecuada de sentarme y, sobre todo, por qué me habían dado a mí que soy un tipo que intenta comer sano, se ejercita cada tanto y hace algún esfuerzo por ser buena persona.

Pero no. Las hemorroides no son el tema del libro. Ni siquiera son la anécdota con la que inicia el relato. No hay una minuciosa descripción de los contornos fisiológicos que pueden tomar o un recuento erudito de las formas en que se han curado a través de los siglos o un repaso de personajes interesantes que las han padecido ni mucho menos un alegato improbable sobre su gracia y distinción. Nada.

A punto de perder mi exaltación, un nuevo morbo me enganchó. Lo que seguía era igual de vertiginoso: “Helen” –la suerte de alter ego de la autora- se prepara para salir de fiesta, tiene toda la intención de emparejarse y su previsión básica es depilarse. Genitales incluidos. Y aquí viene lo sugerente: en un movimiento apenas torpe se provoca una pequeña fisura en el ano. Cualquiera que haya tenido sexo anal (o hemorroides) sabe que esta es una zona que puede ser brutalmente sensible, así que no le sorprenderá lo que sigue: de la heridita salen chorros de sangre que “Helen” no sabe detener. Asustada, llama a una ambulancia y es trasladada a un hospital. La atención que recibe implica una intervención quirúrgica de emergencia para detener la pérdida de sangre.

Durante su convalecencia, “Helen” debe permanecer en observación hasta que ocurra el próximo suceso crítico que pueda generarle una nueva hemorragia: la primera evacuación post operatoria. Mientras tanto no hay nada que hacer más que esperar, así que lo aprovecha para tres cosas: coquetear con el enfermero, fantasear sobre cómo usar como pretexto su convalecencia para intentar que sus padres separados se reconcilien y recapitular con minuciosidad de entomóloga tanto sobre su cuerpo como sobre su vida sexual. Creo que en buena medida de esto último trata el libro (y, en realidad, de eso prefiero que se trate esta nota).

Diría que “Zonas húmedas” es, antes que un relato sobre las hemorroides, un recuento enfáticamente personal y poco común de la experiencia de la autora –en tanto mujer joven- con su cuerpo, sexualidad y diferentes prácticas cotidianas en torno a estas. Poco común para mí, claro está, que leo poca literatura y que sin proponérmelo estoy mal acostumbrado a elegir sobre todo textos de hombres que escriben de temas adustos o en los que se enfatiza algo que tiene que ver con la organización del lenguaje.

Así que, desde este punto de vista, los asuntos sobre los que “Helen” reflexiona durante su convalecencia dan la impresión de ser el tipo de cuestiones que pueden ser incómodas para algunas personas. Podrían, por decir algo, ser tomadas como indicios de –como ella misma escribe- “debilidad psíquica, inseguridad o nerviosismo”. Son la clase de temas que, si acaso, se leen en casa y a escondidas, o bien, de las que se habla más bien rápido, en voz baja y cuidando que nadie se acerque.

Por ejemplo (un mal ejemplo, tal vez), a lo largo del libro hay varios alegatos contra la mojigatería y la doble moral. La autora señala prácticas cotidianas de personas de su entorno que le disgustan por maniqueas y luego describe varias formas en las que ella las cuestiona en el día a día, a través de la realización de un montón hábitos que enfatiza como deliberadamente anti-higiénicos.

Una de estas críticas es al miedo que solemos tenerle a la sangre menstrual y a la adyacente producción industrial de toallas sanitarias para su limpieza. La manera de mostrar su desacuerdo con esto es no comprándolas y, en su lugar, elaborando tampones caseros con papel de baño. Claro, estos “tampones do-it-your-self” –como les dice- tienen algunas desventajas, entre ellas la de durar poco, así que debe cambiarlos cada tanto en numerosas visitas al sanitario. Pero, para “Helen”, esto antes que representar un contratiempo es una oportunidad para enfatizar su punto de vista sobre el tema: cuando va al baño extrae ágilmente su tampón y lo avienta al piso porque “si puedo aportar una pequeña mancha de sangre al mosaico de salpicaduras que luce el suelo, ¡pues de puta madre!”.

Otra desventaja es que a veces se le pierden. Adentro. De ella. Alguna ocasión esto le sucedió en casa de su papá: fue al baño para retirarlo, pero no lo encontró, así que introdujo lo más que pudo sus dedos, los movió, recorrió todas las zonas que alcanzó, pero no salió nada. Contrariada, aunque segura de que ahí estaba su tampón, salió del baño y tomó las pinzas de barbacoa recién usadas para la comida del medio día. Regresó al baño, se tumbó en el piso en posición ginecológica y se las metió, aún con grasa y restos de carne calcinada, hasta que lo encontró. Y bueno, claro que si no limpió las pinzas antes de usarlas, tampoco lo hizo después de regresarlas a su lugar. La verdad es que no puedo evitar imaginar unas pinzas para barbacoa demasiado grandes para ser introducidas en una vulva. Pero eso es lo que ella relata, así que me obligo a pensar en algo más bien pequeño.

Me pregunto si Roche no sabría de las copas menstruales cuando escribió el libro, estoy seguro de que habría sido interesante leer su experiencia con ellas y cómo relaciona su crítica a la industria tamponera con la promoción que grupos feministas les hacen.

Sobre la sangre, por cierto, hay otra anécdota ilustrativa. En algún momento de su convalecencia se le antoja un café. Cree que beberlo es buena idea porque, además de que le apetece, supone que así podrá adelantar la evacuación que le permitirá confirmar si su operación fue exitosa. Así que se levanta con delicadeza de la cama, se cubre con una sábana, consigue dinero de quién sabe dónde y con el mayor disimulo del que es capaz se dirige a la cafetería. En el camino decide que es buen momento para retirar uno de sus tampones caseros (comenzó a menstruar durante su estancia en el hospital), por lo que aprovecha que se traslada sola en el ascensor y levanta su sabana para extraer el papel apelmazado. ¿Su destino? El punto más cercano a los botones de la barra para colocar las manos que rodea el elevador. Llega al piso de la cafetería y sale del ascensor sonriendo. Caminando con gracia. Sus dedos quedan ligeramente manchados de sangre, así que todo lo que toca en lo que sigue también, el billete con el que paga su café, para empezar. Al regresar, el ascensor ya está inadmisiblemente limpio por lo que de nuevo introduce un par de dedos en su vagina, los embarra un poco más con sangre y mancha con simpatía los botones del elevador. La conclusión de su paseo es positiva, recapitula, pues recorrió un largo camino, desconcertó en él por lo menos a tres personas con actos anti-higiénicos y practicó con entusiasmo su afición de propagar bacterias: “un día bueno”, piensa.

Otras de las cosas sobre las que escribe en el mismo tenor (y que me encantaría narrar con detalle en esta nota, pero me contengo porque si no se hace larguísima) son su interés de ir a prostíbulos para tener sexo con mujeres (lo hizo por primera vez cuando alcanzó la mayoría de edad), su preferencia por tener un amante “lo bastante viejo”, su táctica de introducirle de manera intempestiva un dedo en el ano a su pareja hombre cuando éste está a punto de eyacular para que tenga orgasmos más intensos, las posibilidades del porno como material didáctico, la impresión que le causa la intensidad del color del “coño” de las mujeres negras, fantasías de tener sexo con su papá, elucubraciones de cómo tienen sexo sus padres, las varices de su abuela, los requisitos que exige a sus parejas para tener sexo anal y las modalidades en que puede hacerlo, entre muchas. ¡Ah! También hay indicaciones precisas para elaborar juguetes u objetos estimulantes de los genitales que se construyen con huesos de aguacates.

Al final, me quedé sin un texto que me ayudara a paliar mi ansiedad relacionada con las hermorroides. En su lugar encontré un testimonio ameno sobre el cuerpo, sexualidad y prácticas en torno a ellos por parte de una heterodoxa mujer joven.

sábado, julio 14, 2012

"La educación básica es regresiva": una idea conservadora promovida por el Banco Munidal


En 2000 el Banco Mundial dio a conocer una serie de documentos en los que sostenía que el gasto público en educación superior era mayoritariamente regresivo: debido a la inequidad existente en el acceso a este nivel educativo, la participación del Estado tendría como consecuencia favorecer en mayor medida a los estratos medios y altos y, por ende, dicha subvención tendría efectos regresivos sobre la desigualdad del ingreso. 

Su recomendación exhortaba a los países en desarrollo a centrar sus esfuerzos en la educación básica y a implementar mercados de crédito para que los aspirantes pudiesen acceder a la educación superior. Desde ese planteamiento la función del Estado sería regular las imperfecciones del mercado (Escobar y Pedraza, 2010: 378, 386-387).

Afortunadamente esto no sucedió. Aunque se discutieron de manera más o menos amplia, estas ideas del Banco Mundial no se llevaron a cabo. La política social --y en particular la educativa- no debería circunscribirse a lo que eufemísticamente se llama de "superación de la pobreza", por el contrario es importante que incluya un componente fuerte orientado al desarrollo social y económico del conjunto de la población.

Como punto de referencia, y para conocer el sustento de la recomendación, pueden consultarse los siguientes textos:

The Distribution of Mexico’s Public Spending on Education


Y acá un texto interesante para completar el panorama:



sábado, junio 02, 2012

Gira, Moore

Los frontman de dos de las bandas más potentes que conozco.

miércoles, abril 11, 2012

Doctorado \ Mis planes a deshacer



Llego al doctorado con una sensación de “rezago acumulado”. Intento ser más claro: estoy por iniciar el doctorado y, en lugar de entenderlo como un “punto de llegada” o “último jalón” académico que me permita por fin desenvolverme en una vida laboral plena, lo inicio con la sensación de estar en un punto personal en el que se condensan una serie de deficiencias intelectuales y afectivas de largo plazo, producto de mis malas decisiones, la desidia de mis padres, las carencias de los profesores y escuelas en las que cursé mi educación, la irrupción consentida en mi vida de personas desafortunadas y la equívoca suerte.

Por momentos siento como si estuviera por iniciar de nuevo la licenciatura. Como si entrar al doctorado representara una suerte de “segunda oportunidad de vida” para, ahora sí, hacer bien algunas cosas: aprender a pensar, adquirir capacidad técnicas básicas y avanzadas, relacionarme con mis pares, conocer una pareja valiosa, pasear, reiniciar una vida que me dé gusto vivir y de la que me sienta orgulloso... expectativas ingenuamente altas, eh. No es que mi vida actual me desagrade completa y no esté satisfecho con ella, pero estoy cansado de algunos errores, su persistencia y consecuencias de mediano plazo.

Lo que escribo puede leerse dramático, pero no lo es (tanto). Llego al doctorado con muy buen ánimo. Con la disposición de subsanar en la medida de lo posible y de la manera más inteligente que pueda las deficiencias que más me importan ahora. Con la intención de disfrutar cada uno de los casi mil quinientos días que dura, pero sin dejar de seguir “metiendo la pata”.

Entre los aspectos que me gustaría trabajar deliberadamente en los próximos años están los siguientes:

1.    Mentor. Quiero construirme un mentor. Una persona bien informada, paciente y con ánimo de conversación que pueda tener la disposición de orientarme en algunas cosas básicas. No sólo un “modelo de rol”. Pienso que me gustaría construir la relación con –por ejemplo- algún profesor que me ayude a ubicarme y a desenvolverme en al menos dos “cartografías”:

a.   La cultural en lo que concierne a lo académico y la intelectual.
b.   La social en el ámbito académico y laboral.

Andar por ahí conociendo al “tanteo” y suponiendo que con el “capital humano” acumulado o con la experiencia laboral ganada es suficiente son ideas con las que he sobrevivido, creo que de manera decorosa, pero que han provocado que mis “logros” tengan costos notoriamente más altos que los de otras personas más lindas y simpáticas.
Esto implica un cambio en la manera en que me he relacionado con otras personas en la escuela. En la licenciatura y en la maestría privilegié la relación con mis pares; esta ocasión quiero enfatizar la relación con los profesores.

2.    Clásicos. Construir mis cimientos intelectuales. Uno de los rezagos importantes que me disgustan es que, a diferencia por ejemplo de algunos economistas con buena formación o filósofos más o menos entusiastas, no pienso de una manera definida. Ni sociológica, ni antropológica, ni literaria, ni de ningún tipo. Vaya, ni de “guitarrita”. Me faltan cimientos intelectuales que funjan como punto de referencia para aproximarme de manera situada y significativa a lo que sea. Quiero estudiar a los autores y a los libros que construyeron tradiciones preferentemente sociológicas, pero también de pensamiento social moderno y contemporáneo. Aprender a pensar con base en sus ideas, reglas y límites. Saber ubicar diferentes tradiciones opuestas y complementarias.

En concreto, esto implica al menos:

a)   Leer a Freud, Marx, Einstein y Darwin que me parece que en conjunto dan pie a los cimientos de cierta manera moderna –casi contemporánea- de entender la sociedad occidental. Esto más bien es conocimiento de formación muy básica.
b)   Conocer y relacionar con claridad las ideas de los sociólogos clásicos. Pienso en Weber, Durkheim, Simmel, Marx y Parsons –en ese orden. Esto significa leer directamente algunos de sus libros, pero también (y esto no lo sé) textos exegéticos clave.
c)   Conocer con claridad las ideas de los sociólogos más recientes o contemporáneos. Pienso al menos en Elias, Benjamin, Horkheimer, Bourdieu, Habermas, Luhmann, Latour, Zizkek, Sloterdijk que son muy visibles, pero también me provocan curiosidad otros menos difundidos como Goldthorpe, Blossfeld, Camic y Abbott. Foucault me da mucha flojera. Touraine, roña.
d)   Hay dos puntos en los que tengo muchas dudas. El primero es, ¿cuáles son los teóricos sociales no sociólogos que debería conocer bien? ¿Debería concentrarme en Malonowski, Radcliffe-Brown, Evans Pritchard, Eric Wolf, Merleau-Ponty, Mircea Eliade o quiénes?
e)   Otro es el de las discusiones sociológicas básicas desde un punto de vista, digamos, metodológico. No sé si son las que giran en torno a lo macro-micro, acción-estructura, cambio-orden y así. Esto implica leer libros como el vínculo micro-macro, entre otros.

3.    “Clásicos de alcance medio”. Lo que llamo “clásicos” son sobre todo, lo identifico al releerme, sociólogos de teorías de “largo alcance”. Leerlos y entenderlos contribuiría a mi formación básica y a ampliar mi cultura general. Eso es algo que quiero porque siento que eso me permitiría tener referentes para “pensar las cosas”. Sin embargo, para mi vida profesional también necesito conocimiento específico y especializado, conocer lo que Merton llamó “teorías de alcance intermedio” y que, si entendí algo, son las que de manera efectiva posibilitan la investigación empírica. Esta minucia es una de las cosas que dan pie a la diferencia entre formarme como “sociólogo de guitarrita” o sociólogo empírico.

Esto implicaría lo siguiente:

a)   Estudiar los textos básicos sobre estratificación y movilidad social en el mundo y en México. Conozco muchos autores, pero me faltan criterios para jerarquizarlos y priorizar. Además, es muy amplio como lo escribí porque incluye tanto a los diferentes tipos de movilidad inter e intrageneracional como a la discusión sobre clases sociales.
b)   Leer los textos básicos sobre curso de vida. Me avergüenza, pero identifico pocos autores clave: Elder, Hareven, Blossfeld y Bertaux, entre ellos.
c)   Conocer los textos sobre desigualdad social. Aquí estoy muy confundido porque hay aproximaciones como más micro, otras más filosóficas y otras meso-estructurales, pero tampoco soy capaz de distinguir más allá de algunos nombres muy generales.

Entre los clásicos de alcance medio podría también incluir algunos textos y autores mexicanos:

a)   México profundo de Bonfil Batalla.
b)   Pueblo en vilo de Luis González y González.
c)   Herederos de promesas de Guillermo de la Peña.

4.    Metodología. Otra de mis deficiencias importantes es la debilidad y confusión de mis cimientos metodológicos. Digo, es lo más natural si tengo carencias en la parte teórica, ¿no? Quiero profundizar en discusiones respecto a si las investigaciones deben ser orientadas por la teoría o enraizadas en los datos, cuáles son las fortalezas y debilidades de la investigación cualitativa frente a la cuantitativa, cómo han cambiado nociones clave como las de objetividad y causalidad, así como cuáles son las escuelas que sostienen diferentes puntos de vista a cada respecto.
Tengo la intuición de que la forma de subsanar esta deficiencia tiene que ver con la lectura de autores como Popper, Bunge, Piaget; King, Kehoane y Verba.

5.    Estadística. Quiero aprender estadística bien. He tomado cursos desde la licenciatura (la mayoría de regulares a malos con profesores de malos a malísimos) de tal suerte que ya debería tener una pericia mínima de la que carezco. Es verdad que mi vida profesional no me ha exigido su uso de manera cotidiana o compleja, pero me siento inseguro en el tema de una forma vergonzosa. Me gustaría saber estadística tanto en términos de interpretación como de estimación; es decir, no sólo saber qué técnicas de análisis puedo utilizar según qué problemas (así como sus supuestos y límites), sino hacerlo con soltura a través de software especializado (Stata en particular).

En concreto, esto implica:

a)   Cursar simultáneamente la especialidad en estadística del IMAS. No quiero iniciarla al mismo tiempo que el doctorado para no dificultar innecesariamente la transición a la dinámica escolar. Una vez que haya tomado el ritmo en las clases del doctorado, me inscribiría. Si entiendo bien, esto quiere decir que iniciaría en agosto de 2015 o 2016.
b)   Aprender a procesar con soltura la ENIGH, ENOE, ENE, ENEU, ENADID, EDER y EMOVI.
c)   Aprender análisis de regresión, análisis de regresión logística, análisis multivariado, análisis de sobrevivencia, análisis de desigualdad y sistemas de ecuaciones estructurales, al menos

6.    Idiomas. He estudiado idiomas desde que iba en la prepa. Inglés primero y luego, alternándolos, francés y alemán. El resultado es que sé un poquito de todos y no tengo el nivel de dominio que quisiera de ninguno de los tres. Tengo cuatro años para, al menos, lograr escribir en inglés con soltura y leer en alemán con fluidez… aunque justo al terminar de escribirlo dudo cuál debería ser mi tercer idioma, ¿alemán o francés?

7.    Producir. Si tengo un conjunto de planes que surgen como reacción a deficiencias, también tengo al menos un plan que no es un por qué, sino un para qué: quiero ser académico en una institución de educación superior. Para lograrlo, mi prejuicio me dice que tengo que “generar conocimiento” y ser candidato al SNI desde ahora. Es decir, por una parte, escribir con la intención de publicar mis avances y hallazgos de investigación, sea a través de ponencias en foros académicos o textos en revistas.

En concreto, quisiera hacer lo siguiente:

a)   Escribir un artículo con base en mi tesis de maestría en el que dé el “siguiente pasito”: identificar determinantes causales.
b)   Escribir ponencias para la SOMEDE y alguno de los foros internacionales de sociólogos. No quiero que sea un trabajito, sino un texto de análisis empírico que vaya puliendo en distintos foros hasta lograr publicarlo en alguna revista arbitrada.

Here the manuscript breaks off