martes, noviembre 30, 2004

El siguiente es el texto completo que Alatriste "censuró" (omitió un párrafo) en un evento en honor a Vázquez Montealbán realizado en la FIL.
En la conversación que, en la misma Fil, sostuvieron Villoro y Vila-Matas catalanes, españoles y el mismo "censor", que asistieron como espectadores, cuchicheaban que fue la viuda del escritor quien pidió que se omitieran dichos pasajes. Se quejaban de Carmen Lira, directora de La Jornada, quien publicó la noticia haciendo énfasis en la censura y sin investigar al respecto; aseguraban, además, que se negó a publicar una carta aclaratoria del "censor".
Hipotético y heróico lector: queda el texto, nada espectacular, para su lectura.
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EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL.

MÉXICO.

Noviembre del 2004.


Para: Doña Ana y Don Daniel.

Barcelona, Catalunya, Estado Español.

Guadalajara, Jalisco, México.

(…)

No supe cómo iniciar. Después de todo, esta carta sólo trata de ser un
abrazo a destiempo, con esa anacronía que a los zapatistas nos define, a
personas que sentimos cercanas. Yo quisiera hablarles de Don Manuel
Vázquez Montalbán. Sé que puede parecer absurdo que yo les hable de él
precisamente a ustedes. Sin embargo, al hablar de él trato, no de
traerlo con nosotros o a favor nuestro, sino de volver a tenderlo como
lo que fue: un puente.

Y, a lo mejor, aún sin estar, Don Vázquez Montalbán vuelve a ser puente
para que nuestra palabra, la de los zapatistas hoy tan no de moda, tenga
un lugar entre tantos genios de la palabra como ahora se encuentran en
tierras mexicanas.

Y ahora entiendo, al escribir estas líneas, que tal vez ésa siempre fue
su intención, y que deberíamos aprovecharlo y hablar de nosotros, de
nuestros logros y tropiezos, de sueños y pesadillas, de continuidades y
rupturas. Pero no, la tentación apenas duró unos instantes. Así que no
hablaré de nosotros. Hablaré, o más bien, intentaré hablar de él.

En un principio, nosotros no creímos en su muerte. Lo de desaparecer en
un lugar lejano de nuestra geografía, precisamente en un aeropuerto de
Bangkok, nos pareció entonces como una suerte de recurso detectivesco y
no como una ausencia definitiva. No lo creímos muerto, así que
esperamos. Ya aparecería después con una nueva historia de Pepe Carvalho
o con una entrevista a un grupo de "otros" antineoliberales,
desconocidos para los demás "otros" que pueblan la complicada geografía
de la resistencia mundial. Entonces le diríamos algunas groserías
(claro, cuidando que él no las escuchara), y seguiríamos caminando
sabiendo que por ahí andaba. Él, pensaba yo, no se moriría sin avisarnos
antes. Pero no, Don Vázquez Montalbán se había ido de veras, dejándonos
a nosotros un poco más vacíos. Y eso, el que se fuera de veras, nos daba
(y nos da) un poco de rabia, de coraje.

Así nos pasa de por sí con las muertes: primero nos dan rabia, luego
tristeza, más después las dos cosas.

Don Vázquez Montalbán no era nuestro amigo, era nuestro compañero.
"Compañero de viaje", dijo él en uno de sus escritos. "Compañero así
nomás", dijimos y decimos nosotros. No sé si eso sea más o menos para él
o para ustedes. Para nosotros es todo.

Sólo lo hablé en persona una vez, así que no intentaré siquiera decir
cómo era o cómo no era. Seguramente hay más personas, marcadamente
ustedes dos, que podrán darnos un perfil más acabado de él.

Recuerdo que, esa vez, intercambiamos los saludos de rigor y algunas
bromas sobre artistas de España (Marisol, Joselito, Pili y Mili), creo
que hasta cantamos a dueto aquella de "la vida es una tómbola, tom, tom,
tómbola…" Claro que él nunca reconoció que la entonamos a coro y me
adjudicó entonces el papel de solista. Después nos pusimos serios.
Bueno, al menos lo intentamos. En realidad, aquel encuentro me pareció
entonces como cuando dos boxeadores se enfrentan y pasan los primeros
minutos del combate estudiándose mutuamente… para después descubrir que
al que hay pegarle es al árbitro.

Creo que él trataba de entender. Creo que él trataba de salirse de la
falsa disyuntiva de ser "fan" de Marcos o "anti fan" de Marcos (dilema
entonces de moda entre los intelectuales progresistas).

Me parece que, a través de sus libros y de su vida, Don Vázquez
Montalbán demostró que lo suyo no era el abrazar causas acríticamente.
Creo que, siguiendo el marxismo de Groucho, no simpatizaría con una
causa que lo aceptara como simpatizante. Es más, creo que no era "fan"
ni de sí mismo. No era de esos intelectuales que cambian de dioses y
liturgias como cambian de calzones (bueno, cuando se los cambian).
Después de leer sus ensayos, me pareció ser un ateo hasta de Manuel
Vázquez Montalbán, pero un firme creyente en la existencia del mal y en
la necesidad de enfrentarlo.

El filoso bisturí de la palabra no sólo lo aplicó para diseccionar los
distintos poderes que se han ido sucediendo en la geografía mundial.
También lo usó frente a las supuestas o reales oposiciones que el espejo
del Poder produce inevitablemente. Incluso, intuyo, lo empleó en él
mismo (pero de eso, es seguro, ustedes y otros podrán decir más).

Cuando hablamos en aquella única ocasión, me dio la impresión de que
buscaba, sí, pero no una nueva causa que lo redimiera a la distancia, o
una desilusión más que reforzara un escepticismo frente a todo (esa
elegante coartada para no comprometerse con nada). Creo sinceramente que
él trataba de ver detrás del pasamontañas para descubrir y encontrar un
movimiento: el zapatista. Y pienso que lo encontró, quiero decir, que
nos encontró. Sólo así puedo explicarme el feliz empecinamiento en saber
de nosotros, en estar con nosotros en la luz y en la sombra, aún en
Cataluña, en un aeropuerto de Bangkok o en Guadalajara.

Porque la Guadalajara mexicana se ilumina ahora con la palabra, pero
también carga la sombra de los jóvenes altermundistas reprimidos, presos
por esos asesinos de la luz que ahora son gobiernos en nuestra dolida
geografía.

No lo sé, pero tal vez Don Vázquez Montalbán hubiera desviado aunque sea
un poco de su luz hacia las cárceles que, en Guadalajara, encierran la
juventud y la rebeldía creadora. Y es que, a propósito de la represión
sufrida por estos jóvenes, vienen bien las palabras que alguna vez
escribió: "La nueva derecha se parece como una gota de agua a la derecha
de siempre cuando le sale del alma que el desorden es peor que la
injusticia" ("La Teología Neoliberal", en El País, 5 de abril de 1994).

O tal vez él hubiera estado de acuerdo en que nosotros, los zapatistas,
lo usáramos de puente para saludar y abrazar a esos "otros" que están
prisioneros por un delito de "leso neoliberalismo": el de afear, con su
sola existencia, un orden construido sobre la muerte de la inteligencia.

Porque estos jóvenes están cautivos por feos. Al encerrarlos, el
gobierno sólo se está aplicando un tratamiento de belleza. La injusticia
de su encarcelamiento se ha blanqueado con el detergente del "Orden".
Porque cuando el Poder se queda sin argumentos (cosa que ocurre casi
siempre), la represión se viste de ordenador del caos (donde "caos" es
sinónimo de existencia del otro).

En la asepsia neoliberal, las personas afean y ensucian las calles, y
los policías no son sino los modernos barrenderos. Si en lugar de
escobas usan armas de fuego y equipo antimotines, se debe al avance
tecnológico y no, ¿quién osa insinuarlo?, al afán represivo contra el
diferente.

He dicho que Don Vázquez Montalbán estuvo con nosotros en la luz y en la
sombra. La última carta que nos mandó fue en medio de la polémica
desatada a raíz de nuestro apoyo explícito a la lucha política y
cultural del pueblo vasco. ¿Dije "polémica"? Bueno, en realidad fue una
campaña de linchamiento mediático, pero ya estamos acostumbrados.

A diferencia de quienes aprovecharon para deslindarse de nuestra siempre
incómoda compañía y, desde el "pulcro" púlpito de los medios de
comunicación, nos acusaron (injustamente, como se demostraría casi
inmediatamente) de ser partidarios del terrorismo de ETA, Don Vázquez
Montalbán nos envió una misiva privada.

En ella (creo que ahora puedo revelarlo) nos alertaba sobre lo que
vendría: el zapatismo sería vinculado no a una causa justa, sino al
crimen mesiánico. Claro que él no pensaba que el zapatismo hubiera
recibido el abrazo mortal del fundamentalismo, nos conocía demasiado
bien. Pero también era un gran conocedor del funcionamiento de los
medios masivos de comunicación y sobre eso nos reconvenía. Pronto tuvo
su respuesta y casi estoy seguro de que le satisfizo. Así, nos hizo
llegar uno de sus últimos libros con una dedicatoria que no era sino un
"aquí estoy, con ustedes"; y, reiterando su simpatía por Euzkal Herria,
apoyó, junto a otras personalidades de la cultura europea, nuestra
malograda iniciativa "Una oportunidad a la palabra".

Pero, volviendo a nuestro único encuentro, recuerdo que hablamos un poco
de Antonio Machado. Ambos admirábamos el "Juan de Mairena", sus
cuestionamientos, sus dudas. A lo largo de la plática (se supone que era
una entrevista, pero fue una plática) hubimos de coincidir en que,
muchas veces, los mejores textos de análisis político están en la
literatura universal; y, sin hacerlo explícito, concluíamos que el mundo
iría mucho mejor si los políticos profesionales supieran más de
literatura que de mercadotecnia, y si leyeran más libros de poesía y
novela, y menos reportes estadísticos y boletines de prensa.

Dicho esto, permítanme una divagación:

La habitación donde el Poder decide está cerrada a cal y canto. La
democracia, nos dicen, es que nosotros, los de afuera y los más, podemos
elegir quien entra y quien sale. Pero se les olvida aclararnos que sólo
podemos escoger de entre los pocos que los más pocos nos presentan.

Y no sólo. Nosotros, los más y los de afuera, quienes padecemos las
consecuencias de las decisiones que se toman en esa habitación, nada
sabemos de ella. La política, nos repiten, es asunto de especialistas
que sólo comprenden especialistas.

Así nos encontramos con que aparecen guerras envueltas en el papel
celofán de argumentos insostenibles, programas económicos que no son
sino guerras "blandas", crímenes culturales perpetrados en nombre de la
modernización, aniquilamiento de identidades diferentes mediante el
recurso expedito de eliminar a quienes las portan. En suma: la
arbitrariedad asesina de la fuerza, pero vestida de "razón de Estado",
de "razón económica", de "razón divina", de "razón neoliberal".

En algún lado del libro de Machado, Mairena y sus alumnos discurren
sobre el teatro, sobre cómo las escenas en una habitación transcurren
con la ausencia de un cuarto muro, y que es la ausencia de ese muro la
que nos permite saber lo que pasa dentro. De la misma manera, los
actores "hablan" sus pensamientos y es así como sabemos lo que pasa
dentro de un personaje.

Quienes hacen del ejercicio de la razón y el arte su trabajo (como
quienes ahora confluyen en Guadalajara, México), pueden contribuir a
derribar ese cuarto muro de la habitación del Poder y a hacer "hablar" a
los personajes que la habitan.

No sólo ayudarían a derrumbar el mito de la "política especializada" y a
desaparecer el halo sobrenatural del Poder, también contribuirían a
echar a andar otro mundo, uno mejor, uno donde quepan todos los mundos.

La democracia sería así liberada de la prisión de los spots
publicitarios, la frivolidad dejaría de ser programa de gobierno, y la
estupidez ya no sería la bandera que o­ndearan, orgullosos, los
gobernantes neoliberales.

Sería magnífico que, a quienes están el Poder, se les obligara a leer al
menos siete libros: uno de poesía, uno de cuentos, uno de novela, uno de
teatro, uno de ensayo, uno de filosofía… y uno de gramática.

Yo sé que todo esto puede sonar subversivo, utópico, o las dos cosas,
así que no hagan mucho caso.

En realidad lo traigo a cuento porque si algo puede definir el trabajo
de Don Vázquez Montalbán es el mazo con el que se pasó derrumbando
muros, y la hábil ventriloquia con la que hizo hablar a los poderosos y
a los intelectuales que les sirven.



Creo que él, Don Vázquez Montalbán, le tenía un profundo respeto al
lector. Creo que se cuestionaba qué escribir, por qué y contra qué, y
que trasladaba esas preguntas a la lectura: qué se lee, por qué y contra
qué. Y creo que, como escritor, no les expropió las respuestas a sus
lectores. Contradiciendo el título de uno de sus libros, no hizo
panfletos. Por el contrario, hizo de la palabra una ventana, y una y
otra vez, en sus escritos, se esmeró en mantenerla limpia y transparente.

Fuera de en los neoliberales, la palabra suele concitar respeto entre
quienes la enfrentan, es decir, los que las hablan y escriben, y los que
las leen y escuchan.

Si alguien me pidiera un ejemplo que sintetizara la resistencia de la
humanidad frente a la guerra neoliberal, diría que la palabra.

Y agregaría que una de sus trincheras más empecinadas, y afortunadas, es
el libro.

Aunque, claro, es una trinchera muy otra porque se parece
extraordinariamente a un puente.

Porque quien escribe un libro y quien lo lee no hacen sino cruzar un puente.

Y el cruzar puentes, viene en cualquier manual de antropología que se
respete, es una de las características del ser humano.

Ya me despido, pero no quisiera hacerlo sin antes declarar que, si
alguien me pidiera una definición de Don Manuel Vázquez Montalbán diría
que fue, y es, un puente.

Vale. Salud y que la vida, algún día, transcurra sin muros.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.



Subcomandante Insurgente Marcos.

México, Noviembre del 2004.

P.D.- En alguna misiva le propuse a Don Manuel Vázquez Montalbán
escribir una novela policíaca "a la limón", con unas partes escritas en
las montañas del sureste mexicano y otras en las Ramblas catalanas. Él
aceptó, aunque, lo confesó alguna vez, no tenía la menor idea de cómo
eso sería posible. Yo tampoco, pero esto ya no lo supo. Próximamente el
Sistema Zapatista de Televisión Intergaláctica, "la única televisión que
se lee", trasmitirá el primer capítulo de una serie policial que, como
todo lo zapatista, tiene un futuro incierto. Es el pequeño homenaje que,
durante meses, le hemos preparado a él. Seguramente será poco, y la
calidad literaria no se acercará siquiera a sus magníficas producciones,
pero es nuestra forma de hacerle saber, a quienes lo acompañaron en
vida, que, cuando abrimos alguno de sus muchos libros, no sólo lo
leemos, también y a nuestro modo, cruzamos hacia él, es decir, lo abrazamos.

c.c.p.- Manuel Vázquez Montalbán, donde quiera que se encuentre.