domingo, marzo 23, 2008

Swift: Instrucciones a los sirvientes

A Swift se le conoce desde antes de saber quién es. Aunque no se le entienda, uno ya sabe de Gulliver aún cuando no se ha aprendido a distinguir entre -dígamos- una tía virtuosa y una tía perversa. Después, a lo largo de los años, cierta noción de un “gigante” vencido por “enanos” permanece con vaguedad como parte del saber común difuso.

Por mi parte, leí con algo más conocimiento de causa Modesta proposición para impedir que los niños de los irlandeses pobres sean una carga para sus progenitores o para su país por encomienda de Israel. La Modesta proposición... es un texto mordaz en el que Swift sugiere una punzante y sabrosa estrategia para solucionar la pobreza en Irlanda. Su alternativa es tan original que, estoy seguro, los mismísimos autores intelectuales del Progresa y Oportunidades quedarían con la boca abierta, ruborizados, después de leerla. Además, la minuciosidad numérica con la que Swift presenta su propuesta le pide poco a los cálculos econométricos o al análisis demográfico de los más sesudos diseñadores de política social contemporánea.

Las prescripciones que Swift expone en el último texto que le leí, Instrucciones a los Sirvientes (1757), son cátedra de cómo debe comportarse cualquier subordinado ante sus jefes y pares para obtener el mayor reconocimiento, ganancia e influencia, echando mano del menor esfuerzo posible.

No sé si debería sorprenderme, pero entiendo que, bien leído, Instrucciones a los Sirvientes resulta ser una actual y práctica guía para oficinistas –burócratas de medio pelo, como quien esto escribe, por ejemplo- que precisan derrochar periodos de diez o hasta más horas entre cúbiculos mal ventilados e iluminados. Oficinistas que no tienen más remedio que dirigir su rencor minuciosamente acumulado en contra de sus jefes, compañeros y subordinados inmediatos.

La reelaboración de los preceptos de Swift teniendo en consideración una oficina contemporánea podría redundar en, a no dudarlo, una suerte de manual práctico para la administración eficiente de recursos escasos. El tiempo libre, por mencionar un ejemplo.

El primer apartado –"Instrucciones a todos los sirvientes en general"-, es ilustrativo de este punto. Ahí pueden leerse prescripciones como las siguientes:

“Cuando tu amo o tu señora llamen a un sirviente por su nombre, si ese sirviente no se halla presente, ninguno de vosotros ha de responder, pues entonces vuestras cargas no tendrán fin, y los propios amos reconocen que es suficiente con que cada sirvienta acuda cuando es llamado.

“Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre insolente y descarado, y compórtate como si fueras la persona agraviada; eso minará de inmediato la moral de tu amo o señora.

“Si ves que otro sirviente causa mal a tu amo, no dejes de ocultarlo, no vaya a ser que te acusen de chivato.

“Cuando te reprenden delante de otras personas (...) suele suceder que un desconocido tiene la bondad de decir una palabra en tu descargo; en ese caso, tienes todo el derecho de justificarte, y puedes llegar a la legítima conclusión de que, cuando te reprendan después o en otras ocasiones, pueden equivocarse (...) cuando te reprendan, quéjate como si hubieras sufrido un agravio.

“Ni se te ocurra mover un dedo para cualquier labor que no sea aquella para la que has sido específicamente contratado.

“Si eres un hombre joven y apuesto, cuando le susurres a tu señora en la mesa, pásale la nariz por toda la mejilla, o, si tu aliento es bueno, sóplale en toda la cara...

“No acudas hasta que te hayan llamado tres o cuatro veces, pues sólo los perros acuden al primer silbido; y, cuando el amo exclame: ‘Quién anda ahí’, ningún sirviente está obligado a ir, porque nadie se llama ‘Quién anda ahí’.

“Tras recibir un rapapolvo por una falta, cuando salgas de la habitación y bajes las escaleras, farfulla en alto para que te oigan; eso les hará creer que eres inocente.