Esther Tusquets
BABELIA - 22-04-2006
A nivel individual y a nivel de un país, la moda es inversamente proporcional a la cultura: cuanto mayor es la base cultural, menor es la fuerza de la moda, que se vuelve avasalladora si dicha base es ínfima.
Esta regla rige en todos los campos, y se detecta de forma muy evidente en el lenguaje, donde las palabras comodín y los giros de nuevo cuño invaden de inmediato el habla de las personas poco preparadas, o de los más jóvenes, y casi no afectan a la gente culta; o en el vestir, donde son también los muy jóvenes y menos educados los que se apuntan a ciegas en lo que les dicen que se va a llevar aquella temporada, por disparatado que sea y aunque personalmente no les favorezca en absoluto.
¿Qué ocurre en el ámbito de la lectura? Creo que en este ámbito las consecuencias del desmesurado predominio de la moda son funestas. Me informan amigos editores de que las ventas de los títulos de éxito, de los best sellers, se han duplicado, mientras que las ventas de los otros títulos van camino de reducirse a la mitad. O sea que, como norma general, de los títulos de los que se vendían 300.000 (que no deben de rebasar los diez por año) se pasa fácilmente a los 600.000, y de aquellos de los que se vendían de 2.000 a 5.000 (el grueso de la edición) no se alcanzan a menudo los 1.000 y cuesta llegar a los 3.000. Estas cifras pueden no ser exactas, pero la tendencia es incuestionable. En España no se venden más libros, en España se venden más best sellers. Unos pocos títulos (algunos excelentes, otros regulares, la mayor parte "mediáticos") se convierten en objetos obligados de consumo: todo el mundo los debe tener, todo el mundo los debe haber leído. La mayoría de gente lee "lo que toca" y "cuando toca". Si comentas que estás leyendo un clásico, te consideran pedante o excéntrica; si dices estar leyendo un libro publicado hace cuatro o cinco años, les admira que sufras tamaño retraso en tus lecturas.
Creo que las mujeres de la burguesía de los años cuarenta -mi madre, mis tías, las amigas de mi madre y de mis tías- no sólo eran mejores lectoras, sino que (a pesar de que también consumían los best sellers, menos "mediáticos" y algunos excelentes, de su época: Lo que el viento se llevó, Rebeca, Sinuhé el egipcio) elegían mejor sus restantes lecturas: se recomendaban títulos unas a otras; si un libro les gustaba, seguían con los del mismo autor, la misma colección, el mismo género, porque, como en el caso de las cerezas, un libro trae siempre a otro. Y me parece que ese orden de lectura es para mí el mejor.
Se lee "lo que toca" y "cuando toca". Se lamenta en una entrevista reciente Javier Marías: "Los libros tienen cada vez menos vida... Antes cabía la posibilidad de que un libro fuera ganando sus lectores, tuviera un crecimiento paulatino a lo largo de una cantidad de tiempo apreciable, mientras que ahora da la impresión de que no... Hay ese afán de la gente de leer lo que todo el mundo lee a la vez, de leerlo en el momento en que toca leerlo, que es el momento de su publicación. En las últimas apariciones de mis libros he tenido una sensación que me resulta de lo más incómoda. Cuando yo todavía estoy haciendo la promoción del libro, que lleva entre un mes y dos, cuando ya termino y me paro y como quien dice levanto la cabeza para ver qué ocurre con ese libro, me encuentro con que ya ha pasado".
Oigo y leo constantemente que la gente no compra más libros, no lee más, por culpa de la televisión, de Internet. Antes decían que la culpa era del cine. Obviamente al ser humano le gusta que le cuenten historias; es más, creo que se trata de una de las necesidades inherentes a la especie. Se contaban primero sólo de palabra, luego sólo de palabra y por escrito. Con el cine y la televisión surge la posibilidad de que nos las cuenten utilizando también imágenes. Es magnífico. Quizá compitan, quizá resten tiempo a la lectura, y eso ¿qué importa? El cine ha dado ya multitud de obras maestras, y las sigue dando (creo que no he leído ninguna novela estos últimos meses que sea tan bella y toque cuestiones que me tocan de tan cerca como Saraband, el último Bergman, ni que narre una historia de amor tan conmovedora como Million Dolar Baby, de Clint Eastwood). Y sólo censuro a ese medio extraordinario, a ese invento fabuloso, que es la televisión, que haya dado todavía tan pocas, y que la calidad media sea abominable.
No, los enemigos reales de los buenos libros no son el cine, ni la televisión, ni los nuevos medios de contar historias: son los best sellers de poca o nula calidad, apoyados por premios literarios y promociones millonarias (o, y eso me parece alentador y positivo, elegidos a veces espontáneamente por el público), son ese horror de libros que llamamos "mediáticos". Es, en definitiva, el predominio absoluto de la moda sobre la cultura.