sábado, mayo 05, 2007

El Violín: "no señor, se acabó la música"

Para decidirme a ver El Violín precisé obviar algunas referencias que la hacían poco apetecible. Entre las más desagradables estaban ser apadrinada por la dupla de niños bien Diego-Gael y por la muy venida a menos revista Proceso, la publicidad que resalta que El Violín estuvo ya en cartelera comercial en Francia y Polonia, pero no en México (lo que insinúa cierta censura y es bien sabido que "denunciar" censura es una excelente estrategia de ventas); la fotografía en blanco y negro, así como el tema de tinte político que propicia planteamientos maniqueos y resoluciones facilonas.
Sin embargo, encontré en El Violín una película interesante y, sobre todo, bien narrada. Una historia –ehem- que podría estar sucediendo ahora en Soledad Atzompa o que pudo haber ocurrido lo mismo hace quince años en las cañadas de Chiapas o hace treinta en la sierra de Guerrero, una historia que logra momentos de tensión basados en la ambigüedad de lo narrado y que concluye con un giro parcialmente inesperado.
Hay escenas que definitivamente no me gustaron. Por ejemplo, cuando don Plutarco –el personaje principal- adoctrina a su nieto sobre los “hombres verdaderos” (un abaratamiento de las historias tojolobales, de la reelaboración neozapatista y una injusta alusión –para ambos- del viejo Antonio) y cuando alecciona a su hijo sobre la importancia de su guitarra. También me pareció innecesario que el hijo se llame Genaro y el nieto Lucio, ambas alusiones salen sobrando a la luz de la historia; “Plutarco” a secas me gusta, pero con el apellido Hidalgo ya no tanto.
En cambio --y contra con lo que esperaba-, me gustó la fotografía en blanco y negro en combinación con el paisaje, las caras y expresiones (en particular las de don Plutarco y Genaro resultan buenísimas, son la antípoda de la buena onda tipo sexopudorylágrimas); la relación de seducción, confianza contenida e interés entre don Plutarco y el capitán; la ambigua secuencia en la que dos soldados de rango menor detienen a don Plutarco para entregarle “un taco” (¿lo hacen porque, finalmente, son gente como don Plutarco y apoyan su causa o bien por instrucciones del capitán que busca tenderle una trampa?); y el juego de doble narración e intenciones ocultas con el que termina la película.
La narración de los protocolos también me gustó mucho y creo que, visto en abstracto, podría tener que ver con cierta posible moraleja de la película. Primero, las secuencias en las que Genaro compra queso y viaja en un camión de redilas y aprovecha para intercambiar información con mujeres me parecieron sumamente disfrutables, lo mismo cuando en la cantina Genaro verifica el estado del armamento que trafican. Después, me parece que la película termina siendo la historia de un personaje que puede ser visto como un “pendejo con iniciativa”: Don Plutarco es un tipo que se siente más listo que viejo y por lo tanto rompe todos los protocolos, al hacerlo se evidencia ante el capitan, introduce “ruido” en la organización subversiva y provoca el desenlace de la historia
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