Comienzo a sentirme viejo de dos maneras. Una, me duele el cuerpo. Noto los efectos de su uso durante treinta años en el cabello, ojos, dientes, piel, panza, testículos, rodillas, talones y plantas de los pies.
Otra, tengo la permanente y difusa sensación de que se me fue el tiempo, de que me quedé atrás y atorado, de que ya no pude hacer lo que anhelaba de la forma que deseaba.
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