lunes, noviembre 01, 2010

Sábado 10 de diciembre


Como un tasajo vaquero en la Bella Lula. Solo. Es el restaurante chic-popular de comida oaxaqueña que, en principio, identifico por ella. Es, también, el establecimiento en Coyoacán al que venimos una tarde de fin de semana durante esa desagradable fase final de "estira-aprieta". Encuentro morbosamente placentero estar de esta manera aquí.

Como solo en un restaurante al que, sin embargo, siento que debería venir acompañado. Un negocio diseñado para ser visitado en compañía: no cualquier compañía: la del otro que puede ser el o la compañera sexual… aunque sea sólo en fantasía, en anhelo o en provocación. Un lugar para comer, compartir el trago, beber mezcal y “aflojar”.

Como un tasajo vaquero en la Bella Lula, decía. En los audífonos escucho la repetición sabatina de La Chora Interminable por Radio UNAM. El humor de Jis y Trino, pienso, es una de las constantes de “gusto” que me acompañan desde hace mucho tiempo; diecisiete años o más, tal vez. Me gusta que así sea. Mi favorito es Jis: disfruto más su trazo, su humor más elaborado y su pronunciada preferencia por lo erótico y sexual en combinación con elementos “místicos”. Que arrepentido estoy de haberme deshecho de mi ejemplar de Los Manuscritos del Fongus, uno de sus primeros libros; ahora lo atesoraría con orgullo y lo mostraría con entusiasmo a quien se dejara.

Ojeo, también, “la última entrevista” de Tomás Segovia –a Cristopher Domínguez Michel. Rápido identifico dos cosas que me agradan: su ensalzamiento de los cuadernos de notas como literatura, su relación intelectual subordinada con Octavio Paz y el humor con el que crítica ciertos nacionalismos (“...los que son españoles de manera tartamuda: España, España, España”).

Afuera, un marimbero toca La Llorona con destreza. Se me ocurre que tal vez me gustaría escuchar en vivo a Lila Downs. No es una cantante que me llame la atención por sí misma: su voz es linda pero no me invita a detenerme para apreciarla como la de –digamos- Lhasa o Ed Droste (el vocalista de Grizzly Bear), tampoco las canciones que interpreta son las que más me gustan. Me llama la atención, creo, por la imposibilidad de escucharla acompañado de ella, a quien sí le resultaba agradable. Quiero escuchar a Lila Downs en vivo por la nostalgia de (no) estar con alguien más. Pensar esto me provoca una sensación difusa que, pienso, podría describirla como de melancolía alegre. Me gusta.

En la televisión “el derby”: Barcelona contra Real Madrid. Mientras escribo esto, los catalanes anotan y empatan a un tanto a los madrileños. Debería darme gusto, pero me resulta más bien indiferente. Cuando era niño, visitaba a mi padre el fin de semana. Pasaba la noche en el sillón de lo que era una suerte de cuarto de televisión, frente a una sobria mesa de centro de cristal tras la cual había una de esas televisiones a las que había que mover la antena para sintonizar más o menos bien la señal y que –además- requerían girar una esforzada y sonora perilla para cambiar de canal. Aunque creo que no dormía en él, recuerdo estar recostado muy cómodo en un sillón de tela verde y rugosa que era surcado por tríos de rayas verdes y rojas; me gustaba. En mi recuerdo es de mañana. Tan temprano como para ser el único despierto. En la televisión veo un partido de fútbol: Real Madrid contra Logroñes. Hugo Sánchez mete un gol que exalta mi entusiasmo, pero estoy solo. Entonces, mi entusiasmo es sólo social y alrededor hay silencio: no sé qué hacer con mi euforia. El sol entra agradablemente por la puerta-ventana lateral.

Como tasajo vaquero en La Bella Lula, decía, mientras pienso que sí, sí disfrutaría estar con ella aquí. Se me ocurre que podríamos compartir con gusto –al centro- un plato de gucamole picoso mezclado con un poco chicharrón, chapulines tostados y sazonados con chile seco molido, una tlayuda con asiento que tenga frijoles güeros bien refritos y mucho queso, plátano macho con frijoles y unas papitas cambray con un aceite rojizo (tal como las que comen el papá e hijo sentados en la mesa de al lado) y un mezcal acompañado de una Corona oscura helada mientras conversamos distraída y acompasadamente. El mezcal, considero, podría ser destilado en olla de barro, tal como el que bebí hace poco en Bósforo. 

Termino mi tasajo vaquero en La Bella Lula. Pido la cuenta. Camino.