Leí ya dos novelas de Houellebecq: La posibilidad de una isla y Las partículas elementales.
Houellebecq me provocaba la desconfianza de los autores pop. Sin embargo, decidí leerlo por influencia de dos lectores confiables –la señorita Lj y el flâneur MMM-, sin sus comentarios favorables no me habría hecho de ninguno de sus libros.
No sé bien por qué, pero esperaba a un misántropo iracundo, crítico, provocador e inescrupuloso. Houellebecq resultó ser eso, pero con corolario. La impresión final que tengo de él después de leer este par de novelas es la de que, en realidad, es un moralista (se vale de narraciones explícitas sobre eventos sexuales para criticar la sexualidad, por ejemplo). No cualquier "moralista", claro. Ni en sus mejores fantasías Carlos Cuauhtémoc Sánchez alcanzaría la densidad conceptual, el tono y el ritmo que –con todo y traducción- domina el francés.
En las dos novelas que le leí plantea la extinción de la humanidad tal como la conocemos hoy día. Imagina que a través de la ciencia podrá darse pie a la creación de una nueva especie que la sustituya; la característica distintiva de ésta, en contraste con aquella, será la supresión del coito, de la necesidad de contacto entre iguales y la inmortalidad a través de diferentes mecanismos creados por el mismo hombre.
Me gusta la constante referencia a elementos científicos, de física cuántica por ejemplo; también la alusiones a rasgos de una suerte de budismo contemporanizado. La narración de los encuentros sexuales me parece satisfactoria, no del todo la caracterización de algunos personajes. Una asociación inevitable es con –aunque quién sabe bien a bien a qué se refiera- el “súper hombre” de Nietzche.
Me pregunto si leeré otro libro suyo. Sospecho que escribiré que no, pero lo haré.
Houellebecq me provocaba la desconfianza de los autores pop. Sin embargo, decidí leerlo por influencia de dos lectores confiables –la señorita Lj y el flâneur MMM-, sin sus comentarios favorables no me habría hecho de ninguno de sus libros.
No sé bien por qué, pero esperaba a un misántropo iracundo, crítico, provocador e inescrupuloso. Houellebecq resultó ser eso, pero con corolario. La impresión final que tengo de él después de leer este par de novelas es la de que, en realidad, es un moralista (se vale de narraciones explícitas sobre eventos sexuales para criticar la sexualidad, por ejemplo). No cualquier "moralista", claro. Ni en sus mejores fantasías Carlos Cuauhtémoc Sánchez alcanzaría la densidad conceptual, el tono y el ritmo que –con todo y traducción- domina el francés.
En las dos novelas que le leí plantea la extinción de la humanidad tal como la conocemos hoy día. Imagina que a través de la ciencia podrá darse pie a la creación de una nueva especie que la sustituya; la característica distintiva de ésta, en contraste con aquella, será la supresión del coito, de la necesidad de contacto entre iguales y la inmortalidad a través de diferentes mecanismos creados por el mismo hombre.
Me gusta la constante referencia a elementos científicos, de física cuántica por ejemplo; también la alusiones a rasgos de una suerte de budismo contemporanizado. La narración de los encuentros sexuales me parece satisfactoria, no del todo la caracterización de algunos personajes. Una asociación inevitable es con –aunque quién sabe bien a bien a qué se refiera- el “súper hombre” de Nietzche.
Me pregunto si leeré otro libro suyo. Sospecho que escribiré que no, pero lo haré.
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