viernes, septiembre 15, 2006

Todo me la recuerda. Cualquier lugar es pretexto para evocarla y acordarme de que tal o cual cosa le gustaría. Coyoacán es horrible en esa medida, estoy seguro que le fascinaría vivir por aquí. Lo mismo pasa con toda mi música, cualquier canción es pretexto para recordarla. Por si fuera poco, mis hábitos alimenticios son suyos; no puedo ir al súper y escoger algo sin que su imagen aparezca (lo más difícil es pasar por la parte donde está la comida y objetos para perros, la suma de recuerdos es dolorsísima).
(Desde la primera noche duermo con dos almohadas, una de ellas es la que ella utilizaba en nuestra cama, la otra es con la que yo dividía nuestros espacios. La primera conserva la misma funda que acogió su cabeza durante las últimas semanas, el contacto y el olor son indisociables; no quiero lavarla aunque está sucia).
No debería, pero me sorprendo ansioso revisando compulsivamente mis cuentas de correo electrónico y su blog para ver si escribió algo. Me da pena que compañeros de trabajo se dan cuenta la frecuencia con la que abro mis cuentas personales. Es desagradable darme cuenta que no puedo evitar cada 30-20-15 minutos entrar a internet sólo para verificar que no le interesa saber más de mí, que prefiere no escribir(me) nada. Nada.
La palabra que describe mi situación es apego a una fantasía, a una situación y sensación que realmente apenas existió. ¿Dónde están todos esos momentos desagradables e incómodos?

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