Fui al concierto de Gayle casi por accidente. Me enteré que tocaría en la ciudad de una de las formas más gratuitas y azarosas posibles: una persona conocida y apreciada, pero que no es capaz ni le interesa distinguir entre el “bebop” y el “dixieland”, me reenvió una invitación que recibió a través de Facebook. En ella me decía algo así como que creía que ese era el tipo de música que me interesaba, pero que no estaba muy segura, que ahí viera. Así de feo me enteré.
Una de las cosas que me desagradan de mi vida cotidiana en el Distrito Federal es este carácter azaroso de los eventos a los que asisto. Después de más de tres años viviendo aquí, aún no soy capaz de encontrar el medio de comunicación clave que me permita identificar ágilmente –entre los eventos y productos culturales que me interesan- quién, cuándo y dónde se presenta. Tampoco he encontrado dónde leer reseñas y crónicas bien escritas de los conciertos, películas o exposiciones que visito o a los que no puedo ir; un didáctico comentario crítico que me ayude a apreciar mejor lo que vi y a ubicarlo en un contexto estético específico.
El concierto del “Charles Gayle Trio” fue en el Teatro de la Ciudad y formó parte del ciclo de conciertos llamados “Festival de México” que se celebran en la capital del país entre el 11 y el 28 de marzo. El trío interpreta piezas de “free jazz” y está compuesto por un saxofonista (que también toca el piano), un bajista y una baterista.
Lo que Gayle tocó me gustó. Mucho. Es el tipo de música con la que “espontáneamente” me siento cómodo. También es el tipo de “concierto en vivo” que más disfruto (por alguna razón –tal vez de orden psicológico antes que estético- no encuentro del todo placentero asistir, por ejemplo, a conciertos de grupos de rock, a pesar de que sean bandas que aprecie).
La interpretación de Gayle fue ágil y compleja, estridente y seductora. Sentí como un instante la hora que transcurrió entre que comenzó a tocar y la pausa que hizo para saludar e informar que el concierto duraría sólo un poco más. Él, tocando el saxofón y el piano, y el contrabajista fueron impecables. El baterista no me gustó tanto, desde el principio me dio la impresión de que le costaba trabajo integrarse con su compañeros y seguir su ritmo (en algún momento me pareció que, incluso, carecía de condición física adecuada para tocar su instrumento con suficiencia; como sea, me entusiasmó el par de ocasiones en que hizo “solos”). Algunos de los adjetivos con los que describiría lo que escuché son delirante, perturbador, frenético, inquietante e hipnótico. Me pareció que el prerrequisito necesario para apreciar adecuadamente a Gayle es un "estado de ánimo" de “apertura” en el que se está dispuesto a enfrentar algo complejo que requiere un escucha activo.
Lo primero con lo que, más o menos espontáneamente, asocié la música de Gayle fue con la interpretación de Bill Pullman en “Lost Highway”. Después, haciendo un esfuerzo por vincular lo que oía con algo que hubiera escuchado antes, pensé en Ornette Coleman y en Wayne Shorter. Otros a quien Gayle me hizo recordar, con diferentes estridencias e instrumentos, fueron Stravinski, Revueltas y Sonic Youth. En quien no pensé estando en el teatro fue en John Coltrane, de quien al final, dijo, tocaría una pieza que más o menos recordaba ("Giant Steps", un "standard"); empero, y supongo que no podía ser de otra manera, lo que realmente interpretó fue otra cosa que, sí, aludía al original, pero que daba la impresión de ser una versión muy propia. Podría decirse que más bien fue una interpretación “sólo inspirada en” o muy “libre” de la pieza del canónico saxofonista norteamericano. El concierto terminó luego de un par de "encores" y duró alrededor de dos horas.
Gayle, en conclusión, me emocionó y sorprendió agradablemente. Para empezar, por su vigor y semblante: no me dio la impresión de ser un tipo que ronda los setenta años de edad. También por el desenfado honesto y seguro con que caminó por el escenario cargando su saxofón al hombro y por la candidez con la que habló –por ejemplo- tanto de la Ciudad de México como de las pocas piezas que sabía interpretar su trío. Pero sobre todo, porque su música transmite una vigorosidad que revitaliza la salud auditiva del escucha y deja tan buen "sabor de boca" que provoca empatía en, supongo, casi cualquier persona dispuesta a recrearse en algo más que una cumbia facilona o en el ritmo de una salsa “pegajosa”.